jueves, 7 de agosto de 2008

Viajando por Europa



































































Viajando por Europa


De regreso a Paris, luego de haber visitado Ginebra. Después de la tranquilidad de la ciudad helvética, el bullicio de la Ciudad Luz. Sigue haciendo mucho frío, pero la calidez de la ciudad, con ese ambiente tan suyo, calienta el espíritu del visitante y hace olvidar las bajas temperaturas.
Aprovechámos el tiempo y tomámos el Metro para ir hasta la estación de Abesses, muy cerca de Pigalle, barrio de vida alegre inmortalizado por Toulouse-Lautrec en sus pinturas y carteles. Bajando del subterráneo nos dirigimos a pie por sus calles empinadas, hasta Montmartre. Aquí, con el Sacré Coeur dominando Paris, nos adentrámos por las callejuelas hasta alcanzar la Place du Tertre. En esta plaza se reúnen los artistas: pintores, caricaturistas, retratistas, o sea, todos aquellos que imprimen su talento en cuanto lienzo o cartulina toca sus manos. Y los apreciadores como nosotros, que absorben cada detalle de sus trazos. No se pierdan esta visita. Sabe a Paris!
De nuevo en el Metro, no sin antes comprar algunas pinturas en miniatura, nos dirigimos a la Cité. Esta vez Notre Dame estaba despierta. Nos recibió con sus mejores galas. Pudimos apreciar sus detalles, sus pórticos, sus ángeles y demonios. La vimos por delante y por detrás. Sin tapujos. Pudimos saborear toda su belleza, intacta a través de los siglos.
Hicimos después una visita a la Tour Eiffel. Transitámos con ella el paso del día hacia la noche. Nos quedó aun tiempo de subirnos a un “bateau mouche” y recorrer el Sena. Nos despedimos de Paris con la Luna llena. Y el corazón también!
Al día siguiente tomámos el tren Thalys, de alta velocidad a Brujas, vía Bruxelas. El camino desde Paris a Brujas dura aproximadamente 2 horas, entre campos interminables. Ya llegando a Brujas se entiende el porquè Bélgica, al igual que Holanda y Luxemburgo se denominan Paises Bajos. Comienzan a verse canales por doquier, terrenos anegados constantemente, verdes que cambian a medida que el tren avanza en direccion a Ostende.
Llegar a Brujas es entrar en contacto con otra constante de los Países Bajos: la bicicleta como medio común de locomoción. Y los barcos. La Venecia del Norte se presenta esplendorosa. Cientos de años de historia que se abren al visitante como un libro de cuentos. Iglesias antiguas, que compiten con sus torres para llegar más cerca del cielo. Casitas estrechas de cuentos de hadas. El Medioevo en toda su fuerza. Caminámos entre tiendas de recuerdos, entre panaderías con una variedad de panes indescriptible, rodeados de visitantes del Lejano Oriente, omnipresentes en todos los rincones, siempre en grupos, sin perderse. Almorzámos en un restaurant que nos interesó por su decoración: medieval, con tapices en las paredes, con excelente atención y una comida deliciosa. De sus ventanas veíamos la circulación de los turistas, impresionados al igual que nosotros. Tomámos un barco, compartido con visitantes de diferentes aspectos, rasgos y lenguas. Un rompecabezas multinacional con un fin común: apreciar los detalles de esta ciudad fantástica.
Después de navegar por sus canales, seguimos nuestro plan a pie y subimos a la Atalaya, la torre más alta de la ciudad, con 366 interminables escalones, desde donde pudimos vislumbrar toda la ciudad. Brujas cuenta con 20.000 habitantes en su casco histórico y recibe diariamente un número casi igual de turistas!
Terminámos el día deambulando entre boutiques de última moda y los puestos de los pintores callejeros. Adquirimos algunas miniaturas originales como recuerdo de un día inolvidable.
El regreso en tren a Paris lo hicimos cansados, pero felices!
De la Ciudad luz volàmos a Atenas, capital del Mundo Antiguo, de la democracia, de la filosofía, de las Olimpiadas.
Llegar al Aeropuerto de Atenas es enfrentar una sensación por demás extraña: el aeropuerto es súper moderno en un país donde lo antiguo marca el día a día de las personas. También el Metro, los autobuses y los estadios son de última generación. Todo esto debido a que en el 2004 se celebraron las Olimpiadas en Atenas y se invirtieron grandes sumas en modernizar la ciudad.
El primer día caminamos por Plaka, la zona más vieja de Atenas. Comenzando en el Arco de Adriano y dirigiéndonos hacia el Oeste, entre cafecitos, tiendas de recuerdos y restaurantes de comida típica, transcurrió nuestra primera parte de la visita. Terminamos cenando en un excelente restaurante de comida griega en Monastiraki, en el cual, a parte de la buena comida, nos deleitamos con la vista incomparable de la Acrópolis y del templo de Zeus, todo iluminado.
El segundo día nos levantó no muy temprano (el cansancio se empezó a notar) y nos dirigimos a pie hasta la Acrópolis. El sol resplandecía y parecía que estábamos en pleno Verano. Visitar la Acrópolis es como darse un baño de inmersión en la Historia. 5.000 años, nada más y nada menos. Griegos, romanos, otomanos, persas, todos dejaron su huella en el monumento más representativo de Grecia. Cruzamos el Propileo, la entrada que lleva al templo de Atenea, no sin antes impresionarnos con el Herodeon, un teatro de gran belleza, construido en el año 160 DC, por Herodes Antipas. En este anfiteatro se presentó Yanni, el famoso tecladista griego hace unos años, y grabó el disco “Yanni en vivo en la Acrópolis”. También pudimos apreciar las Cariátides, ambas, las verdaderas que están en el Museo de la Acrópolis, y las réplicas, colocadas en el lugar original donde estaban las verdaderas.(al aire libre)
El Partenon impresiona por su grandiosidad. Parte de las esculturas que antes adornaban sus paredes están hoy en el museo, pero la mayor parte fue destruida, no solo por el tiempo, pero sobretodo por la guerra que continuamente campeaba por estas tierras. En los siglos de paz, había épocas de oro, con grandes expresiones artísticas, que luego eran destruidas cuando de nuevo llegaban los invasores. Y así, sucesivamente.
Desde este promontorio, se ve Atenas en 360 grados. Se ve todo. Una ciudad color beige, con pequeños espacios color verde. Todo muy mediterranico.
El tercer día amaneció frió. Habíamos comprado boleto para viajar de barco a las islas del Golfo Sarònico y allá fuimos. Nos impresionó la cantidad de japoneses, españoles y portugueses a bordo. Éramos los únicos latinoamericanos en el barco.
La primera isla que visitamos fue Poros. Una isla preciosa, con lindas casas de innumerables terrazas, cayendo como cascada sobre el mar. Caminamos, tomamos fotos, disfrutamos de un buen café y volvimos al barco para seguir nuestro viaje.
La segunda isla es Hidra. La más bella, según nuestro gusto. Una auténtica isla griega. Casas de un blanco que ciega, mar azul claro, transparente y lo más interesante: sin carros, ni motos, ni siquiera bicicletas. Si quieren algún transporte para ir al Hotel (con maletas y todo) ò pasear, el único medio de transporte son las mulas, al módico precio de 5 euros por viaje. Toda una aventura!
En Hydra almorzamos un “Gyros”, sándwich típico de los países árabes que también se consigue en Venezuela. El sabor muy parecido al de acá. Después del frugal almuerzo, nos embarcamos para la tercera y ultima de las islas: Aegina.
Aegina es la más grande y la más poblada. En la era moderna fue capital de Grecia. Vive del turismo y de la producción del pistacho, su principal producto de exportación. Lo venden en bolsitas por toda la isla y es estupendo.
Tomamos un autobús y nos fuimos al templo de la diosa Afea, diosa de la Luz. En la parte más alta de la isla se erigió este monumento, para competir con Atenas y su Partenón. Desde este punto mágico, nos despedimos de Aegina, prometiendo volver algún día.
Nuestro regreso a Atenas fue largo. Estábamos muy cansados. Aun así, la noche nos sorprendió caminando una vez más entre bares y cafés. Cuando nos acostamos, la luna llena bañaba con su luz plateada los rostros de los últimos turistas, que como nosotros, no querían que el día terminara.
Ultimo día en Atenas. Aun nos faltaba subir a Lycabetus, el punto más alto de la ciudad. De aquí se ve toda Atenas, el mar, las montañas del Peloponeso. De aquí, cerca de su capilla ortodoxa, nos despedimos de esta hermosa ciudad.
Ya en el avión, vimos como el paisaje de la ciudad iba quedando atrás. Antes de que se cerrara la noche aun pudimos ver el estrecho de Corinto, allá abajo.
La tierra fue cubierta por la noche y las estrellas nos guiaron a Paris. Y desde allí a Caracas.

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